Gloria Fiallo, o la imagen como revelación mística y experiencia erótica

«… es tan grande el dolor, que me hacia dar aquellos quejidos y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo en algo y aun harto»

Santa Teresa de Jesús

 

El arte del pasado, particularmente el realizado durante el renacimiento y el barroco, ha sido objeto de una gama infinita de lecturas historiográficas, críticas y estéticas, que han pretendido desentrañar su razón última de ser. Sin embargo, los debates conceptuales y profundamente intelectualizados desarrollados en torno al contenido de las obras maestras pretéritas, que han acabado por convertirlas en objetos sacrosantos de culto de una sociedad de consumo reducida, refinada y sofisticada, parecen pasar por alto el significado que, en un plano primario, las mismas pueden haber tenido en la época en que fueron concebidas. La visión, por ejemplo, de una imagen artística renacentista o barroca de carácter religioso, más allá de sus connotaciones místicas y de sus valores simbólicos, ¿pudo(o inclusive puede) generar estímulos instintivos o automáticos que conlleven a respuestas asociables con sensualidad y la experiencia sexual?

En este sentido, Giorgio Vasari, el biógrafo renacentista, narra una anécdota acerca del pintor Fray Bartolomeo, que puede resultar muy ilustrativa: según Vasari, el artista pintó un San Sebastián»…con muy buen color de piel, con un aspecto dulce y una belleza personal notable». Pero cuando se expuso el cuadro en la iglesia San Marcos de Florencia,» … los frailes descubrieron en el confesionario que algunas mujeres habían pecado al mirarlo, dado el realismo atractivo y lascivo con el que le había dotado Fray Bartolomeo… entonces acordaron retirarlo de ahí, y colocarlo en el cabildo» (1)

Este elocuente ejemplo, lo complementa otro que ofrece Leonardo, basándose en una experiencia personal: «El pintor-escribe Leonardo-puede incluso inducir a los hombres a enamorarse de un cuadro que no representa ninguna mujer real. En una ocasión, yo mismo pinté un cuadro que representaba un objeto sagrado (presumiblemente una virgen) y fue adquirido por una persona a quien le gusto-y luego quiso eliminar los signos de divinidad para poder besarlo sin caer en pecado. Por último su conciencia se impuso a su lascivia y… sacó sencillamente el cuadro de su casa» (2)

Como lo sugieren los citados testimonios, despojadas de sus diversos estratos de semanticidad, apreciadas en el plano pre-iconográfico (empleando la clasificación de Panosfky), es decir, en toda su inmediatez, muchas imágenes del arte del pasado, basadas quizás en arquetipos de carácter erótico, en definitiva pueden generar en nosotros estímulos sexuales, cuya existencia, sobre todo si la consideramos a la luz de especuladores esteticistas, nuestra censura moral se resiste a reconocer. A tal respecto, escribe David Freedberg: » los distintos medios por los que las imágenes se hacen merecedoras del apelativo de «respetables», y entran en la categoría canoníca de arte, nos resultan tan familiares como los medios por los que las elevamos a esta categoría para superar la incomodidad o el malestar que nos provocan. Si una imagen es pornográfica, no puede ser catalogada como arte o (afirmamos) no es arte en absoluto (…) por otro lado, nosotros, personas refinadas, resolvemos la incomodidad que nos provocan las imágenes de un erotismo innegable colocándolas en una categoría superior, elevándolas a la condición de arte, colgándolas en galerías y exponiéndolas en museos» (3)

Al recurrir a la práctica de la serialización del icono (tanto del artístico como del pornográfico), obtenida, por lo demás, a través del uso de métodos de reproducción mecánicos, la artista pone de relieve la intrascendencia actual de la imagen como fenómeno histórico, estético o cultural, aludiendo a su reductibilidad contemporánea a simple dato perceptivo, destinado a un consumo masivo y a la provocación de reacciones instintivas, inmediatas y sensoriales. La imagen artística de raigambre religiosa, en estas obras, sufre un proceso de «desemantización», de despojo de su áurea mística y estética, en virtud del cual la misma se transforma en señal puramente visual, cuya estructura informativa es análoga o complementaria a la de una imagen de origen pornográfico. Como ocurriría si separáramos de sus cuerpos las cabezas de Santa Teresa o San Juan, (descontextualizadas, liberadas de sus atributos iconográficos) por efecto de su vecindad con imágenes eróticas cuidadosamente seleccionadas adquieren un auténtico carácter sensual, carnal, hasta voluptuoso, que les arranca del mundo espiritual para situarles en un plano sensorial. Sin embargo, entre representaciones de naturaleza tan opuesta, lejos de manifestarse situaciones discordantes se genera un armonioso diálogo, un rítmico intercambio expresivo, obra de la inteligente, sensible y mesurada composición, que confiere a estas creaciones plásticas a una insólita e inusitada poesía visual: una prueba más de que la mística, la estética, la poética o la sensual, como muchas otras más, son experiencias cognoscitivas irrestringibles dinámicas e interconectadas, que se dan cita al unísono en el polisémico, en el poderoso mundo de la imagen contemporánea

Adolfo Wilson

1.996

Notas

  1. Crofton, Ian, «Art quotations». Schirmer books, 1.998 p. 108,  2.  Richter,I. A., «Paragon: A comparasion of the Arts by Leonardo da Vince». Londres, 1.949, p. 65,  3.  Freedberg, David, «El poder de las imágenes», Ediciones Cátedra, S. A. Madrid, 1.992,