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Gloria Fiallo asume su feminidad a ultranza, su obra expresa el placer del sexo, incorporado, sin rodeos, al miembro viril que complementa y, por contrastes, define a la mujer, a ese ser que existe porque hay hombre, así como éste también confirma su identidad en la medida en que la mujer goza de existencia propia y distintiva.
Penes evidentes o sugeridos, individuales o serializados, flácidos o erguidos, grandes y pequeños, circuncisos o no, ilustran con propiedad la recurrencia a la diferencia por parte de una artista que rescata una feminidad que no requiere reivindicar lo femenino y sus cualidades físicas o espirituales para caer en un feminismo absurdo que hace sentir a la mujer mas mujer aunque menos hembra.
Falismo contemporáneo que se suma a la adoración que desde la antigüedad diferentes culturas le han prodigado al órgano masculino como símbolo de fertilidad y de la fuerza productiva de la naturaleza. Gloria Fiallo inscribe su obra en este culto fálico practicado por egipcios, griegos, aztecas, incas y actualmente por los adoradores de Siva en la India que, lejos de licencias u obscenidades, entienden que los órganos reproductores de los sexos, en este caso, el masculino, desempeñan un papel fundamental en la concepción del ser humano, y en su relación con Dios y con el Universo.
Gloria Fiallo sostiene contundentemente que la protuberancia masculina, el órgano viril decisivo tanto para el hombre como para la mujer, porque en ambos casos aunque de manera diferente, confirma la masculinidad y la feminidad, el yin y el yan, el éxtasis definidor que amerita de la pareja, del acoplamiento físico, del encuentro carnal para concretar masculinidades y feminidades.
Nuestra artista convierte al órgano masculino en icono personal, en imagen propia, en tema reiterado de una propuesta que también enfatizó a la mujer y sus ganas fisiológicas, sus deseo de apareamiento, esa imprescindible necesidad de sentir dentro de sí, en su esencia física, el pene duro que, unido a caricias y jadeos la conduce a territorios desconocidos, a comarcas inéditas e irrepetibles.
Pinturas de las intimidades del cuerpo que son exhibidas como un credo o una confesión a fin de reiterar el compromiso de una artista con sus propios genes, con su propio sexo, con los atributos físicos de la feminidad. Gloria Fiallo construye-si así podemos decirlo-una obra sustancialmente femenina en la que lo masculino se transforma en una de las razones de ser de la mujer, debido a que ésta asume a plenitud esa dimensión objetual, vinculatoria, de inter-relaciones en la que hombre y mujer se definen al momento de hacer evidentes diferencias morfológicas y contrastes físicos notorios.
Prescinde Fiallo del cuerpo, de la totalidad de lo fisiológico para concentrar su atención y la nuestra en el pene, en el miembro viril, en ese órgano que confirma lo varonil, el carácter de varón de un hombre que es capaz de sentirse atraído por la hembra, por la mujer mas allá de afeites y ardides, de cosméticos y manzanas. De adornos y seducciones. Virilidad loada por siempre, exaltada milenios atrás cuando la esposa y las hijas de Jerusalén, refiriéndose a las virtudes del amado, exclamaban: «Oh!, si él me besara con besos de su boca. Porque mejor son tus amores que el vino. A mas del olor de tus suaves ungüentos, tu nombre es como ungüento derramado» (cantar de los cantares. 1,2,3).
Ungüentos derramados, humores del cuerpo que el hombre drena a través del pene para inundar de placer esa cavidad húmeda, ansiosa de mas humedades que Gloria Fiallo da por entendida, presupone, a lo largo de muchas de sus obras que se erigen en una invitación al dúo, a la pareja, al encuentro de dos cuerpos que súbitamente se convierten en saliva, aromas, texturas, en ungüentos de distinto sabor y densidad.
Genitalidad evidente, constatable, que Gloria Fiallo hace aún mas notoria y significativa, destacando más allá de abstracciones, de imágenes vagas o diluidas, el grosor, el tamaño, el color, la morfología de un miembro masculino despojado de fantasías y ensoñaciones. Revelación plástica que nuestra artista realiza ilustrando, mostrando en toda du plenitud ese órgano que protegen braguetas e interiores, prejuicios y pudores.
Pene reprimido, oculto, constreñido, sometido a consideraciones sociales y morales unidas a aditamentos y vestiduras que buscaban proteger al adolescente y al hombre de las tentaciones de la masturbación, del juego con su miembro, del placer simple, intimo y poco complicado que una mano y la imaginación del sexo son capaces de producir en momentos de erecciones repentinas o de pensamientos sudorosos. Como bien lo recuerda Rafael Ernesto López: «hace apenas un siglo, pequeñas industrias de Alemania, manufacturaban a petición de científicos de la época, trajes especiales, hechos de cuero y metal, destinados a impedir a como diera lugar, la masturbación de los niños. Un arnés diseñado para resguardar a toda prueba la parte media del cuerpo de éstos, contenía un tubo metálico agujereado, cuyo propósito era el de proteger el pene de toda tentación pecaminosa, al mismo tiempo que permitía la función de orinar».
Pene reivindicado, despojado de moralismos y represiones, disociado de pornografías fáciles y grotescas, que Gloria Fiallo convierte en iconografía de un erotismo femenino que reconcilia tanto las fuerzas androgénicas como estrogénicas, el valor de un falo que exalta la vagina como complemento indispensable a la hora de confirmar hombrías y virilidades.
Enrique Viloria Vera 1.993